Herencias (genéticas)

Los abuelos posando en Mendoza.

Cuando llegué, el abuelo seguía todavía despierto, algo raro porque él acostumbra dormirse alrededor de las once (y ya eran las doce menos veinte) y la abuela estaba dejándome el jugo de tomate en la mesa. Ya sabe a qué hora llego, porque extrañamente, el 76 pasa siempre puntual y suele tardar invariablemente lo mismo en hacer el recorrido. Esto porque ya es de noche y el tránsito no demora la marcha. El trayecto está casi desierto y en las calles sobran los taxis, se dispersan los travestis en las esquinas, se mueven en grupo los cartoneros, titilan las luces de los carteles comerciales tontamente y se ve poca gente, salvo la que está comiendo en algún restaurant.

Como la abuela no se acordó de buscarme el álbum de fotos prometido, se lo recordé y me indicó que lo baje del armario de su pieza. Me subí a un banquito y lo agarré (había otros que dejamos para la semana que viene). El álbum es curioso: tendrá 80 centímetros de ancho y 50 centímetros de alto, la tapa es de cuero y en color bordó, en la parte izquierda están unidas sus dos tapas por un cordón negro y en el frente tiene dibujado a mano un hotel que queda en Mendoza y más abajo están tallados los nombres de mis abuelos. Le comenté a la abuela la curiosidad que me generó el objeto y me dijo que la historia del mismo era graciosísima.

En el ´54 los abuelos se casaron (un año más tarde de haberse comprometido) y se fueron de luna de miel a recorrer algunas provincias del centro argentino, haciendo base en Tunuyán, Mendoza, adonde unos amigos del Opa José tenían una casa que les prestaron. Ahí mismo, en una casa de artesanías local, compraron el álbum, lo hicieron grabar y lo guardaron en la casa para sumarlo al equipaje traerían de vuelta a Buenos Aires. En el medio de la estadía se les ocurrió cruzar a Chile (a la abuela le divertía la idea porque en el cruce los pozos de aire hacen corcovear al avión) y para eso mandaron un telegrama a su familia para pedir mil pesos (de ese entonces) para enfrentar los gastos de la travesía.

El pasaje de retorno a Buenos Aires era en tren y como les había divertido la experiencia aérea y la diferencia de precio era mínima, lo cambiaron por otro en avión. El problema fue que en la fecha de partida el vuelo se suspendió y como habían gastado todo el dinero (y no podían llamar de vuelta a José para pedirle más efectivo porque ya lo habían hecho), no podían costear otra noche en un hotel. Entonces, a la abuela se le ocurrió devolver el álbum de fotos y cambiarlo por dinero con la promesa de hacer un giro desde Buenos Aires (para que desde Mendoza lo manden, ahora sí, por encomienda) para finalmente comprarlo. La gente del lugar no tuvo incovenientes y después de unas semanas el álbum de fotos que yo estuve mirando anoche (cincuenta años después) llegó, después de largo rodeo, a destino.