Días que se van

Hernán:

Recién te llamé y hablamos menos de dos minutos porque se me acabó la tarjeta. Como te dije la Oma falleció esta mañana. Por algo no quería que nos vayamos ayer. Me agarró fuerte la mano y no me dejaba abandonar el cuarto. Por momentos nos soltaba las manos de repente y las alzaba. Papá me dijo anoche que el pensaba que la Oma le estaba abriendo los brazos a los que la venían a buscar.

Estos días que estuve al lado de la Oma aprendí a quererla como nunca había podido. Yo sé que a vos también te hubiera gustado estar, y en realidad estuviste porque yo le decía todos los días a que vos habías llamado para ver cómo estaba y ella festejaba con sus manitos y frunciendo los ojos bien fuerte. No sabés el dolor que tengo por no haber disfrutado más a la Oma, por no haber tenido la iniciativa en estos últimos años de ir a visitarla. Estas son las cosas que a uno le tienen que dejar alguna enseñanza. Uno no puede ser un boludo toda la vida y seguir cometiendo los mismos errores.

Me tengo que quedar en el laburo hasta las cinco porque ya mañana voy a faltar y papá me dijo que no me vaya hoy, que él y mamá iban a a hacer lo mismo en sus trabajos. Igual no se puede hacer nada porque el abuelo y la tía Olga están encargándose del papelerío que hay que hacer y el velatorio empieza recién a las seis de la tarde. Pero me siento al pedo acá y tengo ganas de hacer algo, de ayudar al abuelo o algo. En realidad, quiero volver a ver a la Oma como la vi estos días. Me acostumbré a tenerla de vuelta, me acostumbré a acariciarle la mano, me acostumbré a adivinar sus muecas, me acostumbré a verla mover sus piecitos con ritmo de bailarina, me acostumbré a ver esos ojos celestes que brillaban y me miraban y me acostumbré a imaginar cómo iba a ser cuando ella salga del hospital y yo pudiera ir a visitarla a su casa.

Nada. Quedate tranquilo porque la Oma recibió todos tus saludos.