lunes, mayo 30, 2005

Sábado, la noche

Lo único que hice durante el sábado fue mirar tenis. Estuve todo el día medio deprimido. A la noche el cuadro se acentuó: llamé a N. Su egoísmo no le permitió más que acusarme de llamarla para hacerla sentir culpable, para limarle la cabeza, cuando lo único que yo necesitaba era escucharla un rato para aliviar su falta: como la abstinencia de una droga, yo precisaba una dosis de su voz. El llamado, una vez más, no sirvió para nada. O tal vez, solamente, para seguir acentuando las diferencias entre los dos, para seguir insistiendo que las líneas de nuestras vidas estuvieron mal dibujadas cuando se cruzaron y que el único modo de corregir este error de arquitectura es cambiar los ángulos y que lentamente las líneas se vayan separando. Corté y seguí llorando un rato. Mi almohada me daba apoyo. Ya eran como las doce de la noche. Cuando estaba dispuesto a dormirme y a terminar de una vez el día, sonó el teléfono: era Pablo. Me dijo que llamé a Gastón para que me pasara a buscar. Le dije que no, que estaba mal y que no me veía saliendo con la cara de maricón lagrimero que tenía. Me obligó: me dijo que si no llamaba a Gastón él iba a venir a mi casa y como no quise arruinarle la noche a él, llamé y arreglé para que me pasen a buscar.

El plan era ir a un bar en Palermo, ya que Marcelo festejaba su cumpleaños ahí. Los pibes estaban en un nivel de voltaje al que yo no podía llegar nunca, pero a medida que fue avanzando la noche, me fui poniendo mejor. El bar estaba con su capacidad colmada: no nos dejaron entrar. Entonces fuimos a Jobs, otro bar. Nos sentamos en una mesa y charlamos con unas chicas que estudiaban cine y teatro. Eran simpáticas. Como tomé bastante, estuve alegre y algo perdido. No paramos de reírnos en toda la noche. La salida me hizo bien, muy bien. Me dormí recién a las ocho de la mañana.