miércoles, abril 27, 2005

Días que se van

Escribo desde un locutorio, porque no fui a trabajar. Me levanté como todos los días, me bañé y la pregunté a mamá cómo la vio a la Oma anoche. Me dijo que sorpresivamente, había estado lúcida, había hablado bastante y que saludó a cada uno de los presentes con un beso y para eso tenía que sacarse el respirador artificial cada vez. El panorama era totalmente distinto al de la mañana, pero los médicos dicen que es sólo una recuperación pasajera antes del desenlace final. Entonces, decidí no ir a trabajar (llamé a la oficina, lo entendieron) e ir a visitar a la Oma al hospital y poder despedirme.

Primero me encontré con el abuelo en su casa y desde ahí salimos. El médico nos avisó antes de pasar a la sala que ella estaba sedada y que por lo tanto, no podía hablar, pero que extrañamente, las personas que están en ese estado, pueden oír todo. Es como que las palabras les llegan desde lejos hasta esa profundidad en la que están.

Pasamos a la sala (también estaba la tía Olga, la hija de mi bisabuela, hermana de mi abuelo) y la Oma estaba toda enchufada y dormida. Apenas se le movía el pecho con cada bocanada de aire que llegaba por el respirador. Le tomé la mano y estuve mirándola. Intenté hablarle, pero las lágrimas me detuvieron.

Sólo al final, cuando el horario de visita ya había terminado y nos teníamos que ir, pude hablarle. Le dije algo así: “Oma, soy Martín, tu bisnieto, vine a visitarte, pero tarde, como siempre. Mañana voy a venir de vuelta a verte, pero a la noche, porque tengo que ir a trabajar”. Le repetí mi nombre y creo que quiso moverse o abrir los ojos o hacer algún gesto, pero no pudo. Igual la señal corporal me llegó.

Ojalá me espere hasta mañana.