Volver
El plan era salir a las diez, pero nos retrasamos una hora ultimando detalles y organizándonos. Las partidas tienen siempre el sabor amargo de abandonar el lugar que nos cobijó en los últimos días y el sabor dulce de volver a casa, a lo propio. En mi caso estaba el aliciente de que primero iba a pasar por lo de N.
Viajamos nueve horas. Hicimos el mismo camino hasta antes de llegar a Pergamino, cuando agarramos otra ruta que nos hizo llegar a Luján. El cambio se debió a que el otro camino debía de estar congestionado. La ansiedad de llegar me hizo estar un poco molesto en el viaje.
Toqué el timbre de N con miedo. Me atendió la hermana, saludé a sus padres y subí las escaleras hasta su cuarto. Ella estaba fría y esperando lo que yo le iba a decir, por eso estaba atenta a mis movimientos para poder moverse en consecuencia. Le conté un poco de mi estadía en Merlo y le dije que la razón de mi presencia era que quería volver a estar con ella, que las cosas podían ser de otra manera, que no quería mirar el pasado, sino el futuro y que no veía posibilidad de estar mal, que todo iba a salir bien. Me dijo que estaba segura de su decisión, que no quería volver, que ella no podía dejar de mirar el pasado (sólo lo malo del pasado, porque nuestra relación está llena de momentos felices) y que era una postura que no podía cambiar. Lloré (no para conseguir algo, sino naturalmente) y le insistí, pero no hubo caso. Le dije que no podía escucharla hablar así (seca, fría, como si yo fuera un extraño, lejana) y además, tenía que ir a casa para saludar a los viejos.
Apenas llegué la llamé. Le dije que no me iba a rendir. Me pidió que no la odie. Le contesté que otra cosa no podía hacer, que ella era la única que podía darme otra oportunidad y no lo estaba haciendo y que de ahí a odiarla había un camino estrecho.
Todavía tengo esperanza y ganas de no darme por vencido. Ya veremos que pasa en unos días.
Viajamos nueve horas. Hicimos el mismo camino hasta antes de llegar a Pergamino, cuando agarramos otra ruta que nos hizo llegar a Luján. El cambio se debió a que el otro camino debía de estar congestionado. La ansiedad de llegar me hizo estar un poco molesto en el viaje.
Toqué el timbre de N con miedo. Me atendió la hermana, saludé a sus padres y subí las escaleras hasta su cuarto. Ella estaba fría y esperando lo que yo le iba a decir, por eso estaba atenta a mis movimientos para poder moverse en consecuencia. Le conté un poco de mi estadía en Merlo y le dije que la razón de mi presencia era que quería volver a estar con ella, que las cosas podían ser de otra manera, que no quería mirar el pasado, sino el futuro y que no veía posibilidad de estar mal, que todo iba a salir bien. Me dijo que estaba segura de su decisión, que no quería volver, que ella no podía dejar de mirar el pasado (sólo lo malo del pasado, porque nuestra relación está llena de momentos felices) y que era una postura que no podía cambiar. Lloré (no para conseguir algo, sino naturalmente) y le insistí, pero no hubo caso. Le dije que no podía escucharla hablar así (seca, fría, como si yo fuera un extraño, lejana) y además, tenía que ir a casa para saludar a los viejos.
Apenas llegué la llamé. Le dije que no me iba a rendir. Me pidió que no la odie. Le contesté que otra cosa no podía hacer, que ella era la única que podía darme otra oportunidad y no lo estaba haciendo y que de ahí a odiarla había un camino estrecho.
Todavía tengo esperanza y ganas de no darme por vencido. Ya veremos que pasa en unos días.
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