domingo, septiembre 24, 2006

Las aventuras del padre Ignacio

Al frente dos curas, un cristo crucificado, un cáliz, un altar y una pareja dispuesta a regalar su amor a Dios, a la eternidad. Más atrás, una puerta que conduce a los pasillos internos del templo, camino que recorrió el “cura segundo” en varias ocasiones. Su cuerpo era regordete y llevaba una gran barba que ayudaba a ocultar el color rojizo de su rostro. Detalle que me hizo sospechar que su destino final era una botella de un soberbio vino tinto que lo esperaba reposado en una mesa de madera, debajo de un retrato de Jesús. Con lo cual era su obligación arrodillarse cada vez que se llevaba un trago a la boca. Al principio era una acción casi alegre, pero con el correr de los centímetros cúbicos el arrodillarse se hizo complicado: por eso reapareció en la escena principal con los cabellos desalineados y con la sotana teñida de un color bordó.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Che, voy a hacer un comentario estúpido pero vos (que ya me vas conociendo) sabés que es común en mí. Qué buena boda si el cura está en curda!!! Te imaginás? La sarta de boludeces que puede llegar a decir.. jaja. Y se mamó el muy h... de p..., por qué no esperó a terminar la ceremonia así todos lo acompañábamos??? Bastante egoísta... lo de servir a Dios se le fue al c... Como diría la nona Cristina, en paz descanse, "Los curas son diablos con polleras". Una sabia la nona...

12:04 a. m.  

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