miércoles, agosto 01, 2007

Cándida Pintos



Mi bisabuela, Cándida Pintos de Bierschuvall,
vivía enfrente de la estación de Chilavert,
en un terreno grandísimo que compró
el tío Bebe cuando le iba bien en las carreras.
Ese terreno se vendió hace como 10 años a Poxipol,
todavía existe ese pedazo de tierra industrializado,
claro, porque uno ve a las construcciones
como si fueran la tierra misma, pero no.
Esa casa fue inabarcable
para mi imaginario de niño, o porque era
tan grande, me pensaba que no la podía abarcar,
la magia de la percepción de los primeros años,
lo desconocido se transforma en infinito,
y lo infinito en caos, porque no puede tener orden.
La cuestión es que en la cocina de Cándida
-no recuerdo ningún ambiente más, incluso
creo que nunca pasé a otra habitación,
también podría ser que orinara
sobre una montaña de tierra en el fondo-
había un tarro de lata con tapa a presión
y cada vez que iba a visitarla
-en realidad nunca fui solo,
siempre iba con la abuela Beba,
no sé cómo habría sido estar
a solas con Cándida-
ella estiraba la mano lenta
hasta el primer estante, donde estaba el tarro,
lo apoyaba en la mesa, y lo abría de esa forma
como solo pueden hacerlo las abuelas,
una mezcla de calma y bondad, de sencillez y paz.
Hace años que quiero recordar qué había
adentro del tarro, pero no puedo.
Quizás no sea eso lo importante.

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2 Comments:

Blogger Maria Coca said...

Es curioso... los recuerdos... Mi abuela también tenía un tarro del que sacaba galletas para ofrecerme. Tal vez fueran galletas también.

Besos desde mi orilla.

3:22 p. m.  
Blogger Martín H said...

los recuerdos de la infancia son gloriosos, la percepcion ingenua. si, quizas eran galletas, o quizas, un rompecabezas.

saludos
m

10:13 p. m.  

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