Días
Los domingos son una mierda.
Los domingos ya no son lo que eran. Nunca me sumé a los que opinaban que los domingos afectaban negativamente al ánimo. Siempre les llevé la contra, pero ahora lo vivo en mi propia carne.
Los domingos se están acostumbrando a hacerme sentir ese vacío agrio que rebota en el pecho y sube hasta la cabeza hasta dejarme inoperante.
Los domingos (cuando las tasas de suicidio se elevan en todo el mundo) se están acostumbrando a mermar mi ánimo y a tumbarme con un golpe seco en la nuca, efectivo.
Los domingos se están haciendo difíciles de transitar y sus calles se llenan de monstruos con brazos de pala, de caracoles con armas de baba, de máquinas que disparan hierro fundido que derriten la carne y amueblan el mundo de cenizas, de soles que giran y giran hasta llegar a la tierra y queman y queman y más cenizas hasta que el viento levanta todo y las cenizas son nubes de ceniza que se mueven por el aire sin destino fijo. La quietud muerta deviene tránsito hasta que vuelven a caer.
Los domingos son una mierda.
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