miércoles, junio 15, 2005

Días

ayer

Lo dijiste tan claro que no lo entendí en ese preciso instante: era la última clase, de tu última materia para recibirte; o sea, era la última vez que tendría oportunidad de verte de forma casual y así poder empezar un diálogo, liviano claro, como todo primer diálogo, pero auspicioso, como todo primer diálogo intencionado. Pero la realidad, es que ya nos habíamos cruzado dos veces, o al menos me pareció a mí, pero no nos saludamos. La primera vez yo salí del locutorio y creo que te vi, creo que eras vos, pero yo estaba en uno de esos días en que la mirada se pierde y se ve borroso. Me parece que me miraste mal, como juzgándome por no saludarte, pero reaccioné tarde: ya me dabas la espalda y no había vuelta atrás. Después te miré en la oficina buscando la complicidad de alguien a quien ya se vio, pero no la encontré. Entonces, me dispuse a pensar como ilusorio a ese encuentro desafortunado. La otra vez te vi pasar por el pasillo a una velocidad considerable y al notarte me congelé e intenté mirarte para saludarte, pero ibas con el envión del viento y te vi alejarte rápidamente. Después, nada. Pero hoy de vuelta pasaste furtiva -y después miré el reloj para adivinar la causa de tu apuro y era un retraso- y te fuiste del plano, pero (ya hay muchos peros y creo que esta bien así) dejé de escuchar al compañero que me hablaba -en realidad nunca había empezado a escucharlo- y giré la cabeza porque te intuí en ese remolino veloz que se alejaba a mis espaldas y entraste en mi radio de visión y giraste y nos encontramos como si hubiésemos querido que fuese así, como sabiendo que sería la última oportunidad y nos saludamos y la pregunta típica -qué haces acá seguida de qué estudias, y también que raro ver a alguien de la oficina en Filosofía y Letras. Artes, dijiste, te contesté Letras y Edición y que extraño todo y sí, un diálogo liviano por esencia, pero no liviano por sí mismo, y las palabras no fueron muchas pero tal vez siembren otras -porque las palabras generan más palabras, se sabe- y tal vez el diálogo ya no se detenga. Te autodenominaste bicho raro -y a mí me pasa lo mismo en la oficina- por estudiar en Puán y te quise decir que los bichos raros son los otros, pero ya era tarde: nos estábamos despidiendo y además, yo estaba medio aturdido como para decir algo inteligente.


hoy

Hoy trate de recordar si –en esos dos minutos livianos- nos miramos a los ojos o si te miré. Creo que no. De repente me atacó la duda –esas dudas que surgen siempre después y que nos hacen transpirar por no saber lo que hicimos y puede ser algo que lamentemos- y no me puedo acordar. No, no te miré. Lo que no sé, es qué miré. ¿Al frente, sin fijar la vista en nada? ¿Habrás notado que miré para otro lado? Tal vez disimulé bien y no lo advertiste, pero ahora -recordando esos dos minutos- no recuerdo la textura de tu piel, ni el color de tus ojos, ni el grosor de tus labios y yo soy de fijarme en esos detalles que después sirven para dibujar el retrato.