Nosotros somos metafiesteros,
le dije a santiago.
Mirar a la gente bailar,
cada uno con su rol.
La gente en las fiestas
tiene un rol.
Todos saben qué es lo
que se puede hacer y
qué es lo que no se puede hacer.
Cuando sonreír y cuando fijar la mirada.
Moldes.
Estructuralismo y agentes.
Los machos patéticos intentando
llamar la atención de las hembras
que se mueven con más naturalidad.
La noche les sienta bien
y parecen disfrutarlo en silencio,
pero el hombre no.
Busca con la lengua afuera
a la presa que le servirá
para descargar sus fluidos
que se espesan con el vapor
y el sudor de los cuerpos.
Se nota en sus movimientos
el llamado gutural de su lascivia.
Canino en celo que mea árboles.
Dejar la huella que marque el territorio
y seguir girando para obtener la carne.
Y ellas bailan en grupo,
pequeñas manadas de hembras entrenadas
que funcionan al compás de los sonidos.
Casi no miran, se sonríen y de reojo observan:
mirar es entregar la última porción
de la intimidad.
El macho suda y da asco,
las horas lo convierten en un mendigo,
en un cartonero de labios.
Hurgar en la mugre hasta encontrar
algo que lo alimente.
Comer es un acto natural
y a veces no importa qué
con tal de lograr la supervivencia.
Hasta que una hembra distraída
lanza miradas tibias al azar
y el perro va,
casi cojo, casi famélico, casi muerto.
El acto será un descuido más de los instintos,
la llamada ancestral de la energía sexual,
el pedido mudo del monstruo
que habita el cuerpo y lo domina.
Depende de donde lo mires,
me dijo santiago,
La escena puede o ser divertida
o ser patética.
El frágil borde de la noche,
la línea que no se ve
pero que uno sabe que si la pasa
no hay retorno.
Vengan a bailar amargos,
nos gritó pablo,
mientras levantaba la pata y meaba un árbol.