poema
como la mirada de la luna,
que cuando me miras
desbordo
y las palabras quedan fuera
del papel,
en ese universo que está
del otro lado
donde duele y gusta.
Aquel mundo irreal,/donde las campanas/del templo suenan/y convocan/con el mismo llamado/a los ángeles/y a los demonios./Este mundo.
Canción: Pasemos a otro tema
Autor: Andrés Calamaro.
Disco: Nadie sale vivo de aquí
Pasemos a otro tema,
no quiero hablar de eso,
la casa esta vacía y fría,
la ropa en el pasillo me da la razón
ella me abandonó.
Está todo guardado,
hay cosas con candado,
hay cosas que abandonó para siempre,
y hay un lugar vacío,
es el que había pensado
solo para los dos.
Ella es tan formal,
que nunca te va a perdonar
Mejor no hablar de eso
pasemos a otro tema.
Y compréndeme, no puedo
entender cuál es el juego
de verdad, no te voy a perdonar
Fue por el "efecto suelo"
y una frase del abuelo:
"el lugar se cubrió de pedazos de cristal".
libro.
(Del lat. liber, libri).
1. m. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen.
2. m. Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte. Voy a escribir un libro. La editorial presentará el atlas en forma de libro electrónico.
Diccionario de la Real Academia
papeles se amontonan sobre el escritorio. No sé por cuál empezar. En realidad, no quiero empezar por ninguno. Hoy tengo uno de esos días en los que se me abre la cabeza y poco me importan todos los discursos sobre sentirse realizado por tener un empleo digno y bien pago y cuántos desocupados y la pobreza y el hambre y demás, y mantenerme sentado en el escritorio me es casi imposible. Hoy no me importaría vivir debajo de un puente y leer diarios viejos. Me siento una puta. Dinero por esfuerzo físico y mental. Ganas de salir de acá y hacer otra cosa. Sentir la libertad de hacer lo que me guste, cuando guste. Pero no. Entonces, el combate se hace textual: el campo de batalla es la hoja en blanco y los soldados, las palabras.
El día en el que murió mi abuelo yo estaba en clase. Tenía dieciseis años y hacía poco que había comenzado a pensar de una forma más madura. El pensamiento ya no era una jaula de monos grotezcos, sino una caja con pájaros aprendiendo a volar. Las marmotas habían dicho adiós, como dice un poeta. Él había enfermado, lo habían operado, se había recuperado y nuevamente, desde hacía unos días, estaba internado. La vez que lo visité, lo vi muy mal. Los pronósticos eran los peores. Me llamó el preceptor, salí del aula ya con la mochila y me fui a casa. La pena era inmensa. El abuelo Oscar (el abuelo Quito) era un hombre cariñoso y tranquilo. Cuando venía a casa me abrazaba fuerte y me dejaba sin aire. Me decía “Marti”. A mí no me gustaba el apodo, pero ya me había acostumbrado.
Por la tarde, fuimos al velatorio y recibimos visitas de amigos y vecinos. Como todos los velatorios, este fue triste. Mi abuela lloraba desconsoladamente y estaba pálida. Mi viejo trataba de no quebrar y estar fuerte para aguantar y resolver todos los contratiempos burocráticos que trae la muerte. Mi otro abuelo lloraba y se leía en su cara el encuentro con una etapa que a él le tocaría alguna vez padecer. Mis hermanos estaban tan aflijidos como yo.
A la noche, casi todos se fueron a sus casas a dormir. Yo pasé la noche en un sillón de la casa velatoria. Sentí que tenía que pasar la noche ahí y estar cerca del abuelo. La mañana llegó con el mismo panorama. A las diez, unos hombres vinieron a buscar el cajón. Me acuerdo que los odié profundamente por llevarse a mi abuelo. Mi abuela se aferraba al cajón y no lo quería soltar: se desmayó. Yo estaba cerca de papá, su proximidad me protegía. Hasta ese momento no había llorado; yo también quería mantenerme inmune a las lágrimas y sobrellevar la situación con hidalgía. En el momento final, cuando la tierra cae sobre el cuerpo y borra las marcas del paso por el planeta, el llanto se me atragantó. Papá me abrazó y me dijo que llore. Lloré, lloré y lloré.
Papá creo que, hasta el día de hoy, todavía no lloró.
el jueves fui a Código País. Tocaba bochatón y además, había otras cosas para ver. estaban laucha, pablo con su yankee y benji. Me compré una campera negra con capucha. pero es casi verano. Bochatón, un genio como siempre. Tocó una hora y como los sonidistas se querían ir a dormir, el recital no duró más, como él quería y demostraba. el viernes desperté en lo de la abuela y nos fuimos con la gente del laburo a un spa, como evento de fin de año. Nos quedamos a dormir y nos fuimos el sábado a la tarde. increíble el lugar, realmente. Después, la seguí en la pileta de santi, con los otros chicos. el sábado me acosté temprano porque el domingo corrí la maratón en Palermo. 10km y media hora más para entrenar. papá me esperó con asado y dormí una siesta como las de antes, cuando era un niño y estaba de vacaciones de verano. vi la repetición del partido de Nalbandian y me dormí.
cuando me emborracho me pongo melancólico. en una conversación que tuve hace unos días con una chica, en mi habitual estado de ebriedad de noche de fiesta, nombré a mi viejo y a su capacidad de comunicarse de una manera muy especial con los animales. lo que no recuerdo es por qué lo hice y si tenía algo que ver con el hilo de la charla. como sea: viejo, te quiero.